El futuro es ese papel que todo lo aguanta, un territorio pendiente en el que guardo todo lo que hoy me asusta. De lo que ocurrirá con los empeños postergados me da buenas pistas el pasado: sigue siendo papel, pero papel mojado.
No había ni terminado noviembre y ya estaban ahí: las listas con lo mejor de 2022. ¿Cómo se puede vivir un mes sin esperanza? ¿Cómo se aguantan 31 días sin espacio para la sorpresa? ¿Cómo puede alguien levantarse siquiera una mañana sin la posibilidad de que ocurra algo grandioso que se sitúe en “lo mejor del año”?
Pues ahí están, cientos de personas dando carpetazo de una vez al año y al entusiasmo.
Me siento amenazada por ese impulso destructor del tiempo presente. Esa realidad señala con su dedo acusador a la Marta que lleva semanas diciendo que el propósito del 2023 será escribir la novela, exactamente el mismo de este año.
El mismo que digo que no he cumplido porque tengo unas 25 páginas que necesitarán ser reescritas. Aunque tenga un arranque y una voz narrativa que no ha sido fácil identificar, haya definido la biografía, el carácter y la fisionomía de tres personajes a lo largo de dos décadas diferentes, haya creado todo un universo y más de una quincena de circunstancias que van a ayudarme a contar lo que quiero contar.
¿No he cumplido? ¿Pueden estas tres palabras describir realmente mi año?
Tengo una teoría sobre el amor. Desconfío de la capacidad y efectividad de una decisión tan aislada, sesgada y definitiva como el tradicional “Sí, quiero”. Para mí, la relación se parece más a la concatenación de decisiones: estar abierta a enamorarme, querer encontrar puntos de entendimiento con la otra persona, cuidar hoy lo que tengo, y mañana, y mañana otra vez…
“Escribir una novela” como propósito del año es un “sí, quiero” a la escritura. Está lleno de intenciones e ilusión, pero es poco práctico y efectivo. Tengo que afrontar la realidad: en el pasado y en el futuro mi capacidad de actuación es nula.
El futuro es ese papel que todo lo aguanta, un territorio pendiente en el que guardo todo lo que hoy me asusta. De lo que ocurrirá con los empeños postergados me da buenas pistas el pasado: sigue siendo papel, pero papel mojado.
¿Qué puedo hacer ahora? ¿Cómo cambio el destino de mis papeles? Solo se me ocurre una forma: llenarlos de palabras, de las mejores que consiga hoy. Y tratar de hacer lo mismo cuando mañana sea ahora. Cuando hoy sea siempre, como nos enseñó Machado.
Quedan 20 días de 2022, cientos de miles de ahoras que quiero llenar de palabras. Es posible que algunas me emocionen, me crispen, otras me envalentonen y me acobarden. Pero lo importante es renovar cada día mi propósito: tener viva la esperanza de que esta mañana podría escribir la mejor escena, la mejor frase, la mejor palabra de mi historia.
Este es el momento en el que puedo escribir -en el que puedo vivir- mi mejor ahora.
Enferma de prisa
Llevo un tiempo enferma. No sé exactamente desde hace cuánto, porque si empiezo a seguir las migas de pan que han dejado los síntomas me voy muy, muy atrás… Llevo un tiempo enferma, enferma de prisa.
La prisa es mi enfermedad autoinmune. En mi organismo está siempre latente, silenciosa e invisible. Aprovecha la superioridad y la ventaja de su posición de anonimato para torpedear desde dentro mis impulsos creativos y mis pasiones.
Algo me dice que no soy la única que ha caído en la trampa. Me lo huelo cuando veo los retos internacionales para escribir en un mes 50.000 palabras o los cursos a 9,99 euros para crear un bestseller (nada menos) en 12 semanas.
No sé si alguien que lee un libro puede apreciarlo más por haber sido escrito en menos tiempo que el que necesita la naturaleza para cambiar de estación. Desde luego, no es mi caso. La prisa no me satisface ni como lectora, ni como escritora.
Nada más fulminante para mi creatividad que la prisa. Cuando está presente es ella la que manda y, aún peor, es ella la que escribe. No lo hacen mis intenciones, emociones, pensamientos… cuando ella está, está solo ella. Yo, desaparezco.
Así que me he puesto en tratamiento y en eso estoy. En darme tiempo para darme espacio, para darme la forma que yo quiero. Permitirme esta pausa, escribir esta carta. Aunque no se pare el mundo, ni vaya a ir más despacio, yo sí puedo hacerlo.
¿Tienes prisa? Siempre que me lo preguntan, respondo con lo siguiente que tengo que hacer. Los emails. La compra. La cena. La carta. La novela.
Ahora tengo otra respuesta, me la han dado estas semanas escribiéndote. El tiempo que me has regalado leyéndome y los mensajes que me has mandado después de alguna de estas pausas.
Gracias por no tener prisa, por sumarte a esta pausa conmigo. ¿Tienes prisa? Porque aquí contigo, yo ya no tengo ninguna.
Monólogo con 5 lecciones de Murakami
Hablo sobre…
Seguir frenando
Conversación infinita con Cristina Araújo. Este martes, a las 19:30 horas, si la tecnología de Instagram nos lo permite estaré conversando con la autora de Mira a esa chica, novela ganadora del premio Tusquets 2022. Un libro que tienes que leer y que yo tengo muchas ganas de conocer cómo ha sido el proceso de escritura.
Rebelde entre el centeno. La semana pasada leí por primera vez El guardián entre el centeno. No voy a decir que lo he hecho tarde porque ya sabes que estoy curándome de la prisa, pero que Salinger me perdone. El tema es que después de la lectura, he visto la película biopic sobre el escritor que quería escribir sobre todas las cosas. Cómo no recomendarlo.
Tómate un café tranquilo en buena compañía. Hablar con alguien con quien sobran las palabras, esa es mi mayor inspiración. Esta semana hubo varios festivos, de esos que se llenan con viajes y muchos planes. Pero Lara Recuero, escritora también conocida como Solange Vernon a la que os recomiendo que sigáis y leáis, me regaló uno de sus madrugones para acompañarme en una mañana de lluvia tomando un café, un bizcocho y una charla perfecta sobre el valor del ahora y del escribir. También me regaló el brillante pájaro de la foto principal, un recuerdo que ya no me voy a quitar. Pídele un madrugón a tu persona inspiradora, no hay mejor plan.
A ritmo de pausa
Terminar de escribir o de leer, darle al play y bailar en la habitación con Buffalo Springfield. Pruébalo.