Además de una conquista escribir ha sido una manera de inventar lugares que explorar mientras este que habito se me hacía demasiado pequeño o demasiado grande. Demasiado frío o cálido. Estruendo o silencio insoportables. He tardado mucho en darme cuenta de que cambiaba una cárcel por otra, pues solo sabía idear islas remotas con una única ocupante: yo
A todas las librerías que guardo en mi memoria les chirrían las puertas. Ya sea por su tamaño o por su antigüedad, un esfuerzo físico es necesario para acceder: tirar de un pesado portón de metal y cristal, empujar de una manilla oxidada buscando el ángulo exacto desde el que evitar que quede atascada o jugar al pilla-pilla con el sensor de apertura.
Pasada la gran prueba, una vez dentro puedo respirar esa mezcla de papel, pegamento, tinta y polvo en suspensión. Un olor que me relaja, como el silencio y la tranquilidad que lo acompaña. Esas son las librerías que me gustan, las que venden buenos libros y regalan sosiego.
Sobre las mesas me esperan montañas de títulos de los que he oído hablar. Algunos los he leído, otros me gustaría hacerlo. Hay un puñado que ansío. ¿Desconocidos? Por supuesto, cientos. Y siempre están esos 9 o 10 que desearía haber escrito yo.
Soy consciente de que las rarezas que poseo -y os cuento- se acumulan, pero hoy toca una penúltima confesión: en las librerías los libros me miran. Como cuando en una protectora se distingue a la gente buena porque elige mascota por su mirada. Todo lo que hay que saber de un perro está en sus ojos. Todo lo que yo necesito de un libro, también.
Las primeras miradas me llegaron de un ejemplar de Manolito Gafotas. Me sentí plenamente identificada con aquella rareza. Y no hablo de reconocerme en las historias de Manuel, sino en las palabras con las que aquella autora -Elvira Lindo, cuánto te debo- dibujaba la extrañeza de la infancia. Eso sí, con mucha gracia.
Desde entonces, y pronto hará 30 años, además de una conquista escribir ha sido una manera de inventar lugares que explorar mientras este que habito se me hacía demasiado pequeño o demasiado grande. Demasiado frío o cálido. Estruendo o silencio insoportables.
He tardado mucho en darme cuenta de que cambiaba una cárcel por otra, pues solo sabía idear islas remotas con una única ocupante: yo. Una superviviente que solo contaba con las herramientas que le eran innatas. Así me habían dicho que debía ser. Yo y punto, y hasta el punto sobra.
Sin palabras, así me lo habían contado aquellas miradas solitarias. Nombres únicos que no necesitaban de nadie en las portadas de sus propias islas.
Así me lo hizo saber la cultura popular con todas las historias de talentos solitarios. La lista es interminable: Bukowski, Hemingway, Woolf, Pizarnik, Plath…
También con palabras y sin titubeos ni signos de interrogación, María Zambrano (me) dejó constancia de su posición en Por qué se escribe: «Escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que solo brota desde un aislamiento efectivo».
Soledad, aunque sea con miedo, fue la fórmula de Marguerite Duras: «La soledad no se encuentra, se hace. La soledad se hace sola. Yo la hice. Porque decidí que era allí donde debía estar sola, donde estaría sola para escribir libros. Sucedió así. Estaba sola en casa. Me encerré en ella, también tenía miedo, claro».
Aislamiento, por necesidad, por vocación… ¿o por torpeza? «Necesito silencio y soledad para que las ideas se me acerquen», Patricia Highsmith.
Con estos referentes, durante muchos años mi escritura ha sido un viaje en montaña rusa: en cada curva un abandono, en cada cuesta un volverlo a intentar.
Bajarme de la atracción -si es, acaso, lo que he conseguido- no ha sido un golpe de suerte. Acabar con la insostenible adrenalina solo ha sido posible rompiendo el gran mito de la soledad.
Romperlo con una lista de nuevas posibilidades:
— Es posible decir en alto tus miedos.
— Es posible que sean comprendidos.
— Es posible aprender a escribir mejor.
— Es (muy) posible que te enriquezca una mirada ajena, sensata y cariñosa.
— Es posible que no tengas la razón.
— Es posible no encontrar tu voz y que sean otras las que te ayuden a hacerlo.
— Es posible quedar a tomar café y hablar de tu novela como si fuese tu propia vida.
— Es posible que al otro lado esté alguien que te entienda y te escuche como si, efectivamente, lo fuera.
— Es posible que quien ha pasado por esto antes que tú esté dispuesta a explicarte su camino.
— Es posible que te cuente cosas que te sorprendan. Y otras muchas que no.
— Es posible irte a la página de agradecimientos al final de cada libro para descubrir que la soledad no es obligatoria.
— Es posible escribir Contra la soledad.
Después de todo esto, llegará el folio o la pantalla y volveremos a estar solas. Solo tú, solo yo. Como esta madrugada en que escribo antes de que suenen los despertadores. Pero ahora puedo sentir que sigue conmigo la energía de todas las personas que me han escuchado, que he escuchado, la fuerza de quien me ha enseñado algo y de todas las que han estado ahí antes que nosotras.
También siento la paz de las que seguirán ahí, conmigo, cuando termine. Ese momento que ansío, aunque ya sé que no será más que un nuevo inicio. Una nueva historia. Nuevos viejos miedos. Viejas nuevas aventuras.
Ahora yo ya lo sé.
Ojalá Contra la soledad sirva para que también lo sepas tú.
Porque el viaje no es un destierro.
El viaje es escribir.
Nadie os va a leer
Este fin de semana he estado haciendo el taller No tengo idea de nada de Jorge de Cascante. 9 horas de intensidad para hablar de las 1600 palabras sobre cuatro temas distintos que deberíamos crear en menos -muchas menos- de 48 horas.
En la primera parte de la primera sesión nos dio algunas claves y sin duda esta fue la que más resonó en mi cabeza: «No te preocupes, nadie te va a leer». Puede parecer desmoralizante, pero lo cierto es que es también liberador y bastante real.
Después de decirnos esto y proponernos -obligarnos- a crear, tuvimos que leer nuestros resultados en alto delante de 15 compañeras. Deepweb trágame, pensé. El pavor no pasó rápido porque en la primera ronda, me tocó la última. Así que durante la hora y media en la que mis compis leían sus creaciones -llenas de humor, fantasía e inteligencia- yo estaba sufriendo. Había creado un texto bien de drama y los marcadores de síndrome de la impostora rompían récords por minutos. De verdad, pasó por mi mente la idea de apagar el ordenador y fingir que se me había caído el internet.
Llegó mi turno y lo leí. Me dijeron las cosas que les gustaban y otras ideas para mejorarlo. Todas las posturas fueron amables y muy enriquecedoras. Y acabé pensando que a aquella idea inicial de Jorge habría que añadirle una segunda parte: «No te preocupes, nadie te va a leer y si te leen tampoco pasa nada».
Monólogo sobre Gozo
Hablo sobre…
Gozo de Azahara Alonso
Conversaciones Contra la soledad
En esta lista de recomendaciones, me vais a permitir que me haga un poquito de promoción. Y es que hace más de un año que realizo entrevistas a autoras y autores con el fin de entender mejor su proceso creativo y que eso me ayude a entender el mío propio. Así que os dejo aquí algunas, pero tenéis todas en YouTube y en Instagram.
Cristina Araújo Gámir, autora de Mira a esa chica. IG y YT
Gabriela Consuegra, autora de Ha pasado un minuto y queda una vida. IG y YT
A ritmo de pausa
Y para cerrar este manifiesto Contra la soledad me había guardado un último as en la manga. No hay que huir de la soledad, hay que cambiarle el significado. Deja que sea ella la que, cuando haga falta, te acompañe. Empecemos por presentarnos…
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