A esta chica a la que pagan por crear ventajas para los demás, podría contarle algo que la aventajase a ella. Decirle, por ejemplo, que la prisa no vale la pena, nunca le importas de verdad a quien te exige urgencia.
Hay ciudades que nunca duermen y otras que jamás madrugan. Hace diez años a una de las segundas me unían rutinas y rituales, mimbres de una vida que hoy parecen pertenecer al cesto de otra.
El recuerdo que aun está fresco son las madrugadas. Aquellas en las que salía a la calle horas antes de que albergasen vida porque en mi primera versión adulta mi trabajo era adelantarme.
Entre mi cama y la oficina desde la que buscaba ventaja, había un kilométrico pasillo cubierto por frondosos árboles centenarios. A la misma hora y en la misma dirección, siempre aquellas ramas cubriendo mis prisas, mis miedos y mis ganas. Lo hicieron durante casi 1000 días.
En uno de esos paseos costumbristas decidí irme. Partir para que aquel corredor no se tornase eternidad, los mil días en millones, la suerte en mala rutina. Sobre todo quería saber qué había por encima de las hojas. Hasta dónde llegarían mis posibilidades -entonces efervescentes- si las dejaba volar, ¿tocarían el cielo?
Hace poco que he vuelto a amanecer en la ciudad que no madruga. En esta segunda o tercera adultez -he perdido la cuenta de las que llevo- tuve que tener las ramas sobre mí para darme cuenta de que estaba dando aquel paseo diario, pero en sentido contrario.
Cogí el móvil para inmortalizar ese recuerdo viviente. En la pantalla, además de la hilera de troncos vi a una chica a unos 50 metros por delante que repetía mis gestos. Levantaba su móvil para capturar algo suyo en aquellos árboles.
No tardé en reconocerla, aunque estuve tentada a frotarme los ojos como pasa en las pelis cuando creen ver a un fantasma. ¿Qué decirle a tu yo de hace diez años? Parece una pregunta retórica hasta que te la encuentras de frente.
A esa chica a la que pagan por crear ventajas para los demás, podría contarle algo que la aventajase a ella. Decirle, por ejemplo…
Que la prisa no vale la pena, nunca le importas de verdad a quien te exige urgencia.
Que el buen querer no se esconde, si no parece amor es que, simplemente, no lo es.
Que Bukowski se equivoca: las pasiones no te matan, te salvan.
Que vendrán pérdidas terribles e, incluso algunas peores que esas, y que todas las superarás.
Que cuando llegue esa noche no cedas, un hotel sale siempre más barato que la dignidad.
Que no eres tan rara, ni tan normal.
Que eres tú y eso es mucho, mucho más que suficiente.
O podría comentar, simplemente, lo mucho que brillan esta mañana las hojas de los árboles. Que, según el tiempo de mi móvil, será un bonito día de sol. Que hay una terraza secreta protegida del viento perfecta para compartir un café con alguien a quien aprecies de verdad.
Aunque, tal vez, lo único que realmente valdría la pena decir es que no hay mayor ventaja que dejar que cada cosa ocurra en su momento.
Cuando ya solo nos separaban un par de metros miré hacia el suelo para evitar que mis ojos, sus ojos, nuestros ojos se cruzasen y me delatasen como su yo del futuro. Y pedí una cosa para ella y para mí: que nuestra curiosidad la sigan saciando la vida y un puñado de madrugadas.
Escribir, esa broma
Si algo te genera dolores de cabeza que podrías ahorrarte, pero aun así no puedes dejar de hacerlo.
¿De qué estamos hablando? ¿De una broma? ¿O de escribir?
Monólogo sobre el duelo y el deseo
Hablo sobre…
Hay que conocerlas (y, entonces, las querrás)
En este apartado hoy voy a hacer un intensivo para recomendaros Punzadas, el proyecto de Paula Ducay e Inés García. Dos filósofas que han conseguido hacer accesible y atractivo ese viejo hábito de pensar y reflexionar.
El episodio del Encuentro. Fantasía para las mentes sensibles e inquietas.
La entrevista de Aimar que les hicieron, es que son listas y achuchadles.
Y su web en la que encontrarás todas las actividades. Yo haré doblete en los clubs de lectura presenciales de mayo.
A ritmo de pausa
Necesitaría una carta entera para explicar por qué esta canción debe ser el cierre de hoy. Aprovecho para recomendar The Newsroom a quien tenga la suerte de no haberla visto todavía. Yo no tuve suerte, tuve ventaja.
No te pude leer antes porque estuve de viaje a mi otra ciudad donde viví hace 10 años. He tenido que volcar primero mis emociones en mi newsletter y después leerte, para encontrar este precioso texto y para ver que las 2 nos hemos encontrado con nuestro yo de hace 10 años. Qué casualidad y qué bonito!