Durante la etapa de mayor desarrollo de una mujer crecen los pechos, las caderas y aparece un reloj del tiempo que pierde sangre cada mes. Menos visibles en ese momento, pero más evidentes a lo largo de toda la vida, también surgen vallas de contención. Todas distintas: “Soy miedosa y por eso no podré montar un negocio”. “Soy sensible y por eso no podré liderar”. “Soy de ciencias y por eso escribir no es lo mío”. Como ves, también todas iguales.
Ser mujer es crecer con la engañosa certeza de vivir en un territorio de límites definitivos. Lindes recortadas por pensamientos que son lava y caminos de una única dirección. Poner un pie fuera no trae consigo fracaso. Simplemente, es el fin.
Tal vez quedaría mejor decir que es algo que a mí no me pasa, que lo sé a base de escuchar hablar a amigas o compañeras. Pero no. La realidad es que me he enterado de todo este cuento escuchándome, principalmente, a mí.
En este descubrimiento han sido fundamentales tres circunstancias. La primera, yo soy la persona con la que más hablo del mundo. La segunda, no soy capaz de mantener una mentira durante más de 60 segundos a no ser que esa falacia sea para mí misma que, entonces, puede conservarse en pie durante décadas. Y por último y no menos importante, he desarrollado un incómodo radar sobre la coherencia: cada vez que alguien dice algo que no me casa con sus actuaciones o hace algo que no encaja con sus palabras, la alarma atrona mi cabeza. Todavía no estoy convencida de que esta última herramienta sea útil, pero no he sabido cómo desactivarla.
Hubo un tiempo en el que ese radar no paraba de sonar. No importaba con quién estuviese: gente del trabajo, en familia, con amigas o incluso totalmente sola. Había un pitido acusando la incongruencia en cada lugar al que iba. Tardé unos meses complicados hasta entender que no podía huir de aquel sonido. El punto cero de transmisión era yo.
Estaba encerrada entre las vallas de contención. En ese espacio, no cabía. No cabían muchas de las cosas que yo era y sobre todo no cabían muchas de las cosas que todavía no era. Sí campaban a sus anchas un montón de tribulaciones y mil y un intentos para convencerme de que ese espacio era suficiente. No lo fue.
No fue suficiente destilar mi propia complejidad para quedarme solo con la femenina sensibilidad, deshaciéndome de la parte decidida de mi carácter. No fue suficiente aceptar que la inteligencia era de otros porque lo mío era ser espabilada. Y sobre todo no fue suficiente trabajar en algo que se parecía a escribir aunque no fuese, ni de lejos, escribir.
Llegó un momento en que la visión de cruzar aquellas fronteras no eran peores que las de quedarme como estaba. Y para saltar necesitaba ayuda.
Se la pedí a Joan Didion. Ella escribió durante décadas con gran repercusión a nivel internacional. Sus novelas y artículos eran cortes limpios y certeros sobre la carne de la sociedad americana. Tal ves por eso, ella no podía imaginar qué parte de sus letras la harían universal: ser una de las autoras clave del duelo. Didion no sabía que perder a su marido, y más tarde a su hija, sería el detonador de su mayor contribución colectiva.
Me apoyé en Natalia Ginzburg. Ella formaba parte de una de las generaciones de intelectuales más importante del SXX de Italia y, probablemente, de Europa. Más que pertenecer, por sus palabras parecía que solo pasaba por allí. Mientras sus compañeros hombres escribían poesía o ensayos de corte explícitamente político, ella le quitaba importancia a sus textos: “tan solo son historias, no sé hacer otra cosa”. Décadas más tarde, su pluma sigue siendo el testigo más certero, profundo y revelador de la historia de Italia y de la realidad humana.
Hace poco Rosario Villajos me dio otro empujón. Ella ha escrito La educación física, una novela sobre una chica siendo adolescente en los años 90. La autora dice que se desprende de la intención literaria a cambio de poner luz y conciencia a todas las violencias, grandes y pequeñas, que una niña convirtiéndose en mujer debía afrontar hace casi 30 años. Genial si de paso, pone caras coloradas al ver que no son tan diferentes de las que se enfrentan hoy. Es pronto para que Rosario sepa que también con esta historia pone un poco de color a almas calladas que han estado grises en la memoria, que con su Catalina da fuerzas para tirar al suelo las vallas. Y si eso no es literatura, ¿entonces qué estamos haciendo aquí?
Didion no sabía que era la gran autora del duelo.
Ginzburg no sabía que era la pensadora más brillante de su generación.
Villajos tal vez no sabe que su literatura nos ayuda a conquistar nuestro propio espacio.
Tú no sabes todo lo que eres que no eres todavía.
Y yo, tampoco.
Así que hoy quiero tirar una valla. La que me obliga a ser perfecta, a perder mis días y mis semanas empeñándome en dominar una técnica narrativa para enviarte un texto al que nadie pueda ponerle peros. Quiero que caiga la perturbadora idea de que no me merezco escribir y, mucho menos, ser leída.
Quiero cambiarlas por creer que en algo me puedo parecer a mis admiradas autoras. Que tal vez a mí, al igual que a ellas, la grandeza no me la dará solo la metodología y el esfuerzo. Y sí tener una historia y la valentía de contarla. Tener una alegría y la generosidad de compartirla. Tener un dolor y la necesidad de dejarlo ir.
Ser humana sin saber nada de vallas. Sin contención. Empiezo a salir de mi territorio comanche enviando esta carta. Una pausa para descubrir lo que soy cuando dejo de ser miedo.
Cosas que no perderse
Permitidme un poco de promoción y que os cuente qué cositas pasarán las próximas semanas en las que espero que podáis acompañarme (presencial, virtual o en pensamiento).
Feria del Libro de Madrid. El lunes 5 de junio estaré en la caseta de la Librería Girasol recomendando y hablando de libros y literatura. La generosidad de Laura y su pasión por lo que hace ha hecho que monte una agenda de firmas impresionante. Iremos a darle fuerzas, ¿no?
También tenemos fecha para la próxima Conversación Infinita. Tal vez la última antes del verano. Tal vez no. Veremos. Me acompañará Rosario Villajos, una de las protagonistas de la Pausa de hoy… hablaremos de su proceso con La educación física y de muchas cosas más. Será el 12 de junio a las 18:30 horas y quedará grabado para las que no podáis estar en directo, por supuesto. Me da en la nariz de que va a ser algo infinitamente especial.
A ritmo de pausa
Ahora que siento que por primera vez desde que comenzó este periplo de pausas me empiezan a faltar fuerzas, necesito una canción que me suba las revoluciones. A veces no necesitamos pausa, sino bailar con esta ansiedad.
Cuanto me alegro de que hayas encontrado tu camino, me viene a la memoria la canción de Presuntos Implicados....Como hemos cambiado y yo que te conozco desde bebé me siento muy otgullosa de ti Marta.
Qué ganas de escucharos a Rosario Villajos y a ti. El encuentro que tuvimos con ella en el club de lectura me hizo reflexionar en muchos temas que ella lanzó con su libro. El del deseo femenino y los debería de la adolescencia los tengo que profundizar más, así que si habláis de esos temas, me encantaría.