Veo mi reflejo con más canas, más arrugas y más curvas que el año anterior, también con menos dudas y muchos menos miedos. El balance me sale a devolver porque no estoy más bella, pero poseo más belleza que antes.
29 de abril de 2023. El móvil me chiva que amanecerá a las 7:17, pero todavía quedan más de 20 minutos y algo parecido a la luz ha comenzado a colarse en el despacho. Estar sentada en el escritorio puede deberse a haber dormido muy bien o a no haber dormido nada. Cuando es una consecuencia del buen descanso, quiero que ese silencio de la madrugada dure una eternidad. Hoy tengo prisa porque se haga de día.
En la milésima de segundo en que una fecha se convierte en otra, mi edad ha dado un estirón. Pero no es ese número renovado lo que ayer no estaba y hoy cargan mis hombros. ¿Qué es esto que me pesa? Me acerco al espejo que hay frente a la puerta cerrada y trato de encontrarlo. Empiezo por el principio.
Pegados al cráneo destellan los centímetros de cabellos blancos todavía no tapados. Eran ya resultado de la genética o del estrés antes que del paso del tiempo. Mis canas son las cicatrices de todas las veces que dudé de si sería capaz y de todas las que, sin saber cómo hacerlo, perseveré y lo fui. Dicen que el cabello sin melanina ya no se cae, algo tendrá que ver en su aguante saber que no hay nada que perder. De alguna manera, cuando se pierde el pigmento se decoloran mis dudas.
No sé si es un día para estar divertida o seria. Mientras lo decido, en mi cara no hacen falta emociones para que se intuyan los pliegues alrededor de mis ojos y de mi boca. Estas primeras arrugas son las marcas que me dejan un puñado de momentos vividos una vez y siempre recordados. Risas y llantos que son una misma cosa: la evidencia de que nos necesitamos.
No he tenido hijos, así que un poco más abajo mis pechos -que nunca se han ganado el nombre de tetas- siguen siendo pequeños y redondos y no han hecho demasiado caso a la ley de la gravedad. Sí han servido de agarre en las noches en las que el miedo hace que hasta la piel parezca una pared demasiado gruesa. En el temblor ese pedazo de carne, que podría alimentar y dar vida, se convierte en exclusivo eslabón entre dos amantes. Conscientes de que nunca podrán saberlo todo del otro, necesitan al menos una certeza que les engarce: estoy aquí, justo aquí, donde nadie más puede estar.
Llegando al culo -que tiene su nombre ganado- se hacen evidentes las consecuencias de un hábito con mala fama que practico en abundancia: estar sentada. Pero cómo vivir sin sentarse para compartir mesa, vino e historias (y patatitas), sin sentarse para guardarse pensamientos y mil vidas imposibles que, sin embargo, vivimos con las letras de otras y con las nuestras propias.
Veo mi reflejo con más canas, más arrugas y más curvas que el año anterior, también con menos dudas y muchos menos miedos. El balance me sale a devolver porque no estoy más bella, pero poseo más belleza que antes.
Entonces, ¿qué es esto que me pesa? ¿Qué me roba el sueño? Me miro a los pies que tienen la costumbre de, descalzos, pisar el suelo y son ellos los que me hacen viajar a este fragmento que Zambra dibujó en de Formas de volver a casa: “Si había algo que aprender, no lo aprendimos. Ahora pienso que es bueno perder la confianza en el suelo, que es necesario saber que de un momento a otro todo puede venirse abajo. Pero entonces volvimos, sin más, a la vida de siempre”.
M. toca y abre la puerta, entra en la habitación y trae consigo la mañana que yo tanto esperaba. Me felicita, me abraza y me farfulla algo en la oreja. Sí, le contesto. Le respondería a todo que sí.
Si había algo que aprender, tal vez era que el suelo nunca será firme. Por eso es inteligencia -y no necedad- mantener un pie en suspensión sabiendo que tan importante son las cicatrices que nos ayudan a tocar tierra, como los sueños que nos permiten flotar.
Volvemos, sin más, a la vida de siempre y M. me pregunta por qué ando raro. La edad, le miento. Aunque tal vez no es mentira que hacen falta años para entender que la única forma de sobrevivir a un derrumbe es andar así: con un pie en el suelo y el otro…
Consecuencias de la prisa
Hace unos meses conté que estaba enferma de prisa y que había decidido tomarme la creación de mi proyecto con mucha más calma. Ese nuevo enfoque no ha hecho variar mi personal ritmo de producción lento, pero estable. Lo que sí ha cambiado es la compasión hacia los resultados y, especialmente, hacia mí misma en el proceso.
En este tiempo he leído algunos libros donde me ha parecido encontrar consecuencias de la prisa. Una cosa tengo clara sobre las consecuencias y es que cada quien debe elegir las suyas. Forma parte del juego, de la libertad para vivir y para escribir.
Pero cuando evitar mi propio sufrimiento no fue suficiente motivo para convencerme de dejar de pisar el acelerador, entender las consecuencias de la precipitación ha sido una bocanada de lucidez.
No quiero prisa, no tengo prisa. ¿Estoy curada?
Monólogo sobre Las pequeñas virtudes de Natalia Ginzburg
Hablo sobre Las pequeñas virtudes que fue un regalo de mis compis de trabajo que no pudieron acertar más…
Planes que no perderse
Algunas de las próximas fechas que me tientan.
Jane Smiley - 18 de mayo - Espacio Fundación Telefónica, Madrid
Sexto Piso Editorial está reeditando las obras de esta autora que, con prisa o sin ella, me deja absolutamente fascinada. Escribe como pocas de todas las veces que sentimos el suelo quebrarse. Se emitirá también en directo a través de la web, así que pocas excusas.Juan Gómez Barcena - Conversación infinita
Me sigue dejando sorprendida la generosidad de las autores y autoras que me/nos dedican una hora de su vida para contarnos sus procesos de escritura. La última oportunidad ha sido con Juan Gómez Bárcena y, si te lo perdiste, puedes verle ahora hablar de sus obsesiones, su perseverancia y la pasión. Una fórmula en la que tampoco entran las prisas. Un camino difícil en el que solo se aguanta manteniendo un pie en el cielo.La feria del libro de Madrid - a partir del 26 de mayo Ya está disponible la agenda con todos los eventos y firmas de la FLM de este año. Este año me pilla fuera de la ciudad en bastantes días, pero… ¡eso no significa que no haya algunas sorpresas!
A ritmo de pausa
Tal vez no era para tanto,
pero a mí se me ha movido el suelo.
Me encantó, lo leí ahora. Felices canas las nuestras y, por supuesto, curvas💙💙
Guau, me ha encantado !!!! Es una reflexión sobre la que llevo leyendo bastante estas semanas y me ha gustado mucho !🤍